martes, 1 de abril de 2008

Un silencio obligado


Cuando no queda nada por decir
nos sobreviene el riguroso silencio,
nuestras bocas se callaron hace tiempo,
mansamente nos limitamos a asentir.

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¡Ay, si los pensamientos tuvieran voz!
¡Qué sería de nuestra paz y remembranzas!
Quizás seríamos dignos de menos alabanzas
y, más gente se diría para siempre, adiós.

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¿Quién no guarda un secreto inconfesable?
¿Cuáles de nosotros no teme hablar en sueños?
¿Somos acaso de nuestras utopías los dueños?
¿Cuántos poseemos una conciencia encomiable?

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Callémonos pues y huyamos de la discordia,
que cada uno haga uso de su intuición,
no pidamos ninguna aclaración,
los dos imploraríamos misericordia.

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Fontana