sábado, 20 de septiembre de 2008

Extremadura, la injustamente olvidada


Campos ocres de labranza,
así son los veranos extremeños,
regados con sudores y esperanza,
sembrados, orgullo de lugareños.

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Encinas que eleváis las ramas
al cielo buscando sus bondades,
cuajadas de fruto, dejáis paso a los olivares,
sois del campo extremeño, las damas.

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Dehesas que a la solana
de la canícula se tornan ambarinas
y, como pinceladas, nidos de cigüeñas endrinas
que dan vida a la campiña cada mañana.

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Murallas almenadas que conserváis
en vuestras piedras la historia
de tantos pueblos que dejaron aquí su gloria,
guardianes sois de las tierras que pisáis.

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Apellidos de abolengo milenarios
dan solera a las calles empedradas,
castillos y casonas dignos de nuestras miradas,
columnas y blasones centenarios.

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Regios templos mudéjares cristianos,
joyas que coronan campanarios,
en ellos, la impronta de los Caballeros Templarios,
hoy, venerados santuarios Marianos.

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Contemplarte yo quisiera
en fechas invernales
para ver el verde de tus cebadales
y el ritual de la grulla que para anidar espera.

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Yo, como la grulla y la cigüeña
volveré a tus torres, a tu encinar,
para cantar tus grandezas cual juglar,
Extremadura, de mí te has hecho dueña.

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Una semana no es suficiente
para hacerte la visita que mereces,
y de vuelta a mi vida y mis raíces,
hasta mi regreso, te llevaré en la mente.

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Fontana