jueves, 6 de noviembre de 2008

Tus manos, mi templo


Hasta el último vello de mi cuerpo
se yergue con tu presencia,
rompes la dilatada impaciencia
que sólo contigo venzo.

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Rondas sin pretender que te sienta,
desprendiéndote de tu vestimenta
tus dedos hasta mí se acercan
y, todos mis sentidos se enervan.

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Un edén son las palmas de tus manos,
cuyas ramas, manejas con destreza,
son mi templo y mi riqueza,
siempre sorprendentes arcanos.

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Una humeante varita de incienso,
un sinuoso calor en ascenso
y, arrodillándome ante ti, mi ara,
entro en mi templo tras tu mirada clara.

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Fontana