

que nunca fueron de Dios
encontré un clavel entre abrojos,
al cortarlo, vi que de sus pétalos rojos
pidiendo consuelo salía una voz,
recuerdo sus gemidos plañideros;
lo acaricié, y entre besos sinceros
le di cobijo y borré sus enojos
¡Nunca tuvo más mimo una flor!
Un día, el tiempo lo tornó acaparador,
escurridizo, falsos eran sus ojos,
ya no brillaban como luceros,
desde entonces, todo a nuestro alrededor
se cuela por esos inmensos agujeros...
¡Nada queda de aquellos pétalos rojos!
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Fontana