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Recuerdo una Nochebuena,
una de las más tristes vividas,
mientras con los míos estaba de cena,
tú deambulabas por cimas perdidas.
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¡Qué noche más sola, que horas más largas!
Los brindis se sucedían sin esperanza...
¡Qué copas más turbias y amargas
cuando en ellas navega la añoranza!
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A las doce en punto, hacia las estrellas
debíamos dirigir nuestras miradas
para dejar marcadas las huellas
que darían paso a nuevas alboradas.
22
El cielo ya no tiene el mismo brillo,
se apagó mi lucero del alba,
sólo veo un borrón de carboncillo
en un campo repleto de malvas.
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Fontana
Mi amor se muere en la torre,
penal de mi sinvivir,
en un reguero de sangre
mi luz se va sin combatir;
no te enojes anciano amable,
no me quieras más reñir,
la niña que tú conociste,
madura se deja rendir.
Mi amor se rompe en el aire
queriéndose desvestir
de aquella locura innegable
que un día lo hizo sufrir;
llévame barquero ingrato,
en tus aguas me quiero hundir,
mi veleta ya no gira,
vientos no han de venir,
no voltean mis campanas,
a nada me puedo uncir;
mi torre no tiene ventanas,
ni puertas para salir,
ni soles que la iluminen,
ni escalas para subir,
el suelo, un pozo sin fondo,
miedo me llega a infundir,
tan hondas caen mis palabras
que a penas se pueden oír.
Mi amor se muere en mi torre,
en un sordo crujir.
2222
Fontana
¿Por qué tuvo que pasar,
por qué, si tan sólo era un juego
que empezando tenía que acabar
no debiendo acunar
ningún amor ni apego?
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¿Por qué, si sólo fuimos deseo
nos llegamos a enamorar,
por qué si yo en el amor no creo,
si todo fue un devaneo,
por qué me apasioné sin vacilar?
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¿Por qué me viniste a abrigar
si yo sólo era fuego
que apagaba tu mar?
Anhelo, sólo anhelo era mi palpitar...
¡Por qué tuve que amarte luego!
2222
Fontana
Cuando de mí misma sea dueña...,
abriré esas alas que nunca desplegué
para volar de peña en peña
y en lugar de ser un alma que sueña
una viva realidad, por fin seré.
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Hartazgo tengo por ser cautiva
de la pauta que la vida impone,
subir cuando hay que estar arriba,
si la pleamar lo exige, ir a la deriva
dejando que mi paz se desmorone.
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Saberme esclava de la norma
me da fatiga, pereza, y bostezo
cuando pienso y no encuentro la forma
de a este incómodo zapato cambiar la horma
sin que sobre otros, caiga todo el peso.
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Cuando de mí misma sea dueña...
Cuando ese tiempo sea llegado
dejaré de echarle a la vida leña
para disfrutar las brasas que la libertad ha dejado.
2222
Fontana
Somos el muro que guarda un jardín desconocido,
infinitas tapias ocultas por una hiedra,
opacas moles que piedra sobre piedra
hemos ido levantado gemido tras gemido.
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Severos vigilantes, somos, de la puerta,
elevadas estacas rematadas en punta de flecha
capaces de procurar una honda brecha,
si alguien, intenta penetrar en nuestra huerta.
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Un halo de misterio se esconde tras el seto,
en contadas ocasiones entreabrimos la valla,
y al hacerlo, nos enfrentamos al reto
de si ese alguien es merecedor de nuestro secreto
y, si ambos seremos capaces de dar la talla.
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¡Qué complicados somos los humanos,
ansiosos por abrirnos, nos cerramos,
de nuestra huerta somos únicos hortelanos,
de nuestras exigentes vidas, auténticos tiranos
y, en qué poca gente confiamos!
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Fontana
Como tormenta de verano pasaste por mi vida,
como un resorte que salta al pisarlo,
como el ave que va de paso y no anida,
como un nudo que se deshace al cortarlo.
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Nada dejaste con qué recordarte,
nada huele a ti, en mi presente
eres un punto y aparte,
una brizna de hierba llevada por la corriente.
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Miro atrás, y el silencio te encadena
a esa triste realidad que es tu vivir diario,
sólo queda una copa en tu alacena,
no tienes con quién celebrar tu aniversario.
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¡Cuánto duele la soledad,
cuánto se pierde a lo largo de la vida,
qué poco valoramos la beldad,
cuánto duele una despedida!
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Fontana
Discurres cantarina hasta llegar a la alberca
buscando ansiosa la boca que te ha de beber,
fresca, pura y cristalina una boca se acerca,
en ti se hunden unas blancas manos de mujer.
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Tu larga melena, su pelo humedece y alisa,
cansados los pies, juguetean en tus espejos
salpicando la suave seda de su camisa
dejando entrever dos turgentes reflejos.
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Sedienta, se inclina, su sed ahuyenta,
sentada en tu escalinata, de vida se empapa,
tersa y fina piel, de su escote revienta,
saciada, se envuelve en tu capa.
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Ondas provocan las curvas de su figura,
dorados cabellos emergen por doquier,
el agua, envidiosa, se ciñe a su cintura,
en ella, quisiérase embeber.
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Fresca, exultantes, mujer y agua se despiden,
se despiden sonrientes hasta más ver,
pero sabiendo que en comunión conviven,
y la una sin el otro, no pueden ser.
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Fontana