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jueves, 29 de septiembre de 2011
Cuatro versos, una reflexión III
El dolor que el tiempo ha ido disipando
ahora es fuerza que desde el interior me hala,
poderosas manos que atrás han ido dejando
arrinconado el olvido del que hoy hago gala.
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Fontana
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“Cuanto más nos elevamos, más pequeños parecemos a las miradas de los que no saben volar”
“El único que no comete errores es el que nunca hace nada”
“La felicidad es como la neblina ligera: Cuando estamos dentro de ella no la vemos”
“Es más fácil ser amante que marido, por la razón de que es más difícil ser ingenioso todos los días, que decir cosas ingeniosas de vez en cuando”
“Reconocemos que la adulación es un veneno, pero su perfume nos embriaga”
“Todo hombre es un tonto al menos cinco minutos diarios; la sabiduría consiste en no exceder ese límite”
“La música es la poesía del aire”
“El medio para amar una cosa es pensar que podríamos perderla”
“El corazón tiene razones que la razón no entiende”
"La verdad, como la rosa, frecuentemente florece sobre un tallo espinoso"
"No te preocupes si tu presente es imperfecto, porque puedes seguir conjugando el futuro"
"No se razona con el corazón, o se le obedece o se rompe"
“El silencio es el templo donde el sabio medita,la cárcel de la que huye el necio y el refugio donde se esconde el cobarde”
“Un beso es un secreto contado entre silencios”
“No busques al amigo para matar las horas sino búscale con horas para vivir”
“El conocimiento aumenta en proporción a su uso; esto es, mientras más enseñamos más aprendemos”
“No es la ignorancia, sino la ignorancia de la ignorancia, lo que es la muerte del conocimiento”
“La paciencia es amarga, pero su fruto es dulce”
“El mayor homenaje que le podemos rendir a la verdad es usarla”
"No amar es un largo morir"
"Ámame cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite"
“Yo no desearía un paraíso en el que no tuviera el derecho de preferir el infierno”
“Estamos frustrados en nuestra carne de todo lo que ha soñado nuestro espíritu”
“Añorar el pasado es correr tras el viento”
“Cuando apuntas con un dedo, recuerda que los otros tres dedos te señalan a ti”
“El beso es el contacto de dos epidermis y la fusión de dos fantasías”
“El saber y la razón hablan; la ignoracia y el error gritan”
“El debate es masculino; la conversación, femenina”
“Reconocer tus limitaciones es la puerta del éxito”
“Mi única propiedad es mi alma”
“Procura discutir con gente tan inteligente o más que tú. De lo contrario terminarán acusándote de creerte más listo que ellos”
“La buena conciencia es una almohada blanda”
" No olvides que te espero y nunca esperes que te olvide"
“Existen pocos idiomas que se puedan escribir igual que se pronuncian, pero aún hay menos que se puedan escribir igual que se piensan”
"Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos"
“Nuestros pensamientos más importantes son los que contradicen nuestros sentimientos”
"Aunque ya nada pueda devolvernos el esplendor en la hierba no debemos afligirnos porque la belleza subsiste en el recuerdo."
"Gracias a todo lo aprendido no me arrepiento de haber sufrido"
"El amor es algo difícil de explicar, fácil de sentir e imposible de olvidar"
"Amigos son aquellos extraños seres que nos preguntan cómo estamos, y se esperan a oír la contestación"
"Quien no quiere razonar es un fanático; quien no sabe razonar es un tonto; y quien no se atreve a razonar es un esclavo"
"Las grandes dificultades hasta saberse lo son; que sabido, todo es fácil"
"La verdadera humildad consiste en estar satisfecho"
"Cuando se muere alguien que nos sueña, se muere una parte de nosotros"
"Cuando se tienen 20 años, uno cree haber resuelto el enigma del mundo; a los 30 reflexiona sobre él, y a los cuarenta descubre que es insoluble"
"Hay personas que empiezan a hablar un momento antes de haber pensado"
"La buena conversación no consiste en decir cosas ingeniosas, sino en saber escuchar tonterías"
"No existe nada más inteligente que la conversación de dos amantes que permanecen callados”
"El talento de la conversación consiste en no hacer ostentación del propio, sino en hacer brillar el de los demás"
"Bien acierta quien sospecha que siempre con la palabra yerra"
"Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar"
"Muchas personas están demasiado educadas para hablar con la boca llena, pero no se preocupan de hacerlo con la cabeza hueca"
"Pocas cosas bastan para hacer feliz a un hombre sensato, pero nada puede satisfacer un necio; por eso son desdichados casi todos los hombres"
"Todos ven lo que tú aparentas, pocos advierten lo que eres"
"Si quieres hallar en cualquier parte amistad, dulzura y poesía, llévalas contigo"
"Puede que te decepciones si fallas, pero estarás perdido si no lo intentas"
"La poesía es la realidad; la imaginación, su vestíbulo"
Arroyo, tú que pasas murmurando con tu voz cristalina esa canción: Tú que pasas así, siempre cantando, dando tus aguas como bendición, tú que sabes de vida, tú que sabes la alegría riente del amor: ¿Qué te dicen los ojos de las aves? ¿Te han dicho de mi vida y de mi amor? Yo soy un árbol viejo, estoy cansado tiene mi llanto sal de mi aflicción, y aunque tengo mis brazos levantados no viene nunca una consolación. He esperado los brotes bendecidos, pero ya estoy harto de esperar. La tierna primavera no ha venido: ¿La llevas tú, arroyuelo, en tu cantar? Con mis oscuros ganchos retorcidos: Yo soy como un escrito en el verdor de la alegre pradera. Estoy vencido y estoy solo, muy solo, en mi verdor, y estoy solo, muy solo, en mi dolor. Se aferran a la tierra mis raíces, crispadas por la desesperación. Las flores con sus tímidos matices han vivido en mi fiel resignación. Yo soy un árbol viejo, estoy cansado, tiene mi llanto sal de mi aflicción, y aunque tengo los brazos levantados no viene nunca una consolación.
Nada me has dado y para ti mi vida deshoja su rosal de desconsuelo, porque ves estas cosas que yo miro, las mismas tierras y los mismos cielos. Mujer, nada me has dado y sin embargo a través de tu ser siento las cosas. Me limitan en vano mis sentidos -dulces flo-res que se abren en el viento- porque adivino el pájaro que pasa y que mojó de azul tu sentimiento. Ya ves, noche estrellada, canto y copa en que bebes el agua que yo bebo, vivo en tu vida, vives en mi vida, nada me has dado y todo te lo debo.
Entre los surcos tu cuerpo moreno es un racimo que a la tierra llega. Torna los ojos, mírate los senos, son dos semillas ácidas y ciegas. Tu carne es tierra que será madura cuando el otoño te tienda las manos, y el surco que será tu sepultura temblará, temblará, como un humano al recibir tus carnes y tus huesos -rosas de pulpa con rosas de cal- rosas que en el primero de los besos vibraron como un vaso de cristal. La palabra de qué concepto pleno será tu cuerpo? ¡No lo he de saber! Torna los ojos, mírate los senos, tal vez no alcanzarás a florecer.
Aquí estoy... En este mundo todavía... Viejo y cansado... Esperando a que me llamen... Muchas veces he querido escaparme por la puerta maldita y condenada y siempre un ángel invisible me ha tocado en el hombro y me ha dicho severo: No, no es la hora todavía... hay que esperar... Y aquí estoy esperando... con el mismo traje viejo de ayer, haciendo recuentos y memoria, haciendo examen de conciencia, escudriñando agudamente mi vida... ¡Qué desastre!... ¡Ni un talento!... Todo lo perdí. Sólo mis ojos saben aún llorar. Esto es lo que me queda... Y mi esperanza se levanta para decir acongojada: Otra vez lo haré mejor, Señor, porque... ¿no es cierto que volvemos a nacer? ¿No es cierto que de alguna manera volvemos a nacer? Creo que Dios nos da siempre otra vida, otras vidas nuevas, otros cuerpos con otras herramientas, con otros instrumentos... Otras cajas sonoras donde el alma inmortal y viajera se mueva mejor para ir corrigiendo lentamente, muy lentamente, a través de los siglos, nuestros viejos pecados, nuestros tercos pecados... para ir eliminando poco a poco el veneno original de nuestra sangre que viene de muy lejos. Corre el tiempo y lo derrumba todo, lo transforma todo. Sin embargo pasan los siglos y el alma está, en otro sitio... ¡pero está! Creo que tenemos muchas vidas, que todas son purgatorios sucesivos, y que esos purgatorios sucesivos, todos juntos, constituyen el infierno, el infierno purificador, al final del cual está la Luz, el Gran Dios, esperándonos. Ni el infierno... ni el fuego y el dolor son eternos. Sólo la Luz brilla sin tregua, diamantina, infinita, misericordiosa, perdurable por los siglos de los siglos... Ahí está siempre con sus divinos atributos. Sólo mis ojos hoy son incapaces de verla... estos pobres ojos que no saben aún más que llorar.
-¿De dónde vienes tan tarde? ¡Dime, di! ¿De dónde vienes? -Vengo de ver unos ojos verdes como el trigo verde. El sueño juega y se esconde en la plaza de mi frente; cabalgo por las ojeras de unos ojos en relieve. El cuarto se va llenando de mar, de barcos y peces, acuarium improvisado sobre el barniz de los muebles, mientras que la media luna de junio roja y solemne se suicida sobre el filo de la mañana que viene. -¿De dónde vienes cantando? ¡Dime, di! ¿De dónde vienes? -Vengo de ver unos ojos verdes como el limón verde. Por el río de la siesta pasa un pregón hecho nieve persianas atravesando: Chumbos frescos, ¿quién los quiere? La sábana de la cama en silencio se defiende amortajando suspiros bajo la cal de sus pliegues contra dos cuerpos desnudos que su blancura oscurece; muslos de trigo en mis muslos brazos delgados y ardientes que como ríos morenos iluminados de fiebre se precipitan sin pulso por la llanura del vientre en una lucha romana de mirtos y de laureles. -¿Dónde naciste? -En Tarifa, ¿Y tú? -En Sevilla. Mis sienes están preñadas de olivos como tus ojos de verdes. El silencio apuñalado vuelve a sembrar las paredes y un sueño de torres altas y de relojes ausentes sobre la cama cansada echa su capa de nieve. -¿De dónde vienes borracho? ¡Dime, di! ¿De dónde vienes? -Vengo... vengo de la viña y el olivarito verde. -¿Qué mala hierba pisaste, quién te atravesó las sienes con ese mal fario...? ¡Dime! -Son las cosas de la suerte, unos la encuentran de espaldas, otros la encuentran de frente, y yo me encontré a sus ojos verdes como el trigo verde. -¿Quieres que te haga una taza de hierbabuena caliente? -Quiero su voz, luna y plata diciéndome que me quiere. -¿Quieres que te ate un pañuelo y te lo anude a la frente? -Quiero sus brazos de trigo y su cintura de aceite. -¿Quieres que cante una nana para ver si así te duermes? -Quiero sentirme en el cuello su aliento de flauta breve. -Entonces... mi corazón, dime, ¡por Dios! lo que quieres. -Quiero sus ojos. Sus ojos verdes como el trigo verde, como el limón y la albahaca, como el mar y los cipreses, como las almendras nuevas, el romero y los laureles... Si no me traes sus ojos, ¡dile que venga la muerte!
Yo me acerqué hasta tu vera con miedo, ¿por qué negarlo? En las sienes me latían cincuenta y dos desengaños; gris de paisaje en los ojos, risas sin sol en los labios, y el corazón jadeante como un pájaro cansado. Yo me acerqué hasta tu vera con miedo, ¿por qué negarlo? Te reventaba en la boca un clavel de veinte años y en la mejilla un süave melocotón sonrosado. Cuando dijistes: «Te quiero» fue tu voz igual que un caño de agua fresca en una tarde calurosa de verano. Se me echó encima el cariño lo mismo que un toro bravo y quedé sobre la arena muerto de amor y sangrando por cuatro besos lentísimos que me brindaron tus labios. De la sien a la cintura, de la garganta al costado. ¡Qué boda sin requilorios sobre la hierba del campo! ¡Qué marcha nupcial cantaba el viento sobre los álamos! ¡Qué luna grande y redonda iluminó nuestro abrazo, y qué olor el de tu cuerpo a trigo recién cortado! El pueblo, a las dos semanas hizo lengua en los colmados, en las barandas del río, en la azotea, en los patios, en las mesas del casino y en los surcos del arado: «Un hombre que peina canas y que le dobla los años». Es cierto que peino canas pero en cambio, cuando abrazo soy lo mismo que un olivo, igual que un ciprés sonámbulo, Cristobalón de aguas puras que atraviesa el río a nado si ve en la orilla unos ojos o una boca hecha de nardos, para cortarle el suspiro con el calor de mis labios. Que me escupan en la frente, que me pregonen en bandos, que vayan diciendo y digan. Tú conmigo; yo a tu lado respirando de tu aliento, yendo al compás de tus pasos, refrescándome las sientes en la palma de tu mano. Centinela de tus sueños, hombro para tu descanso, Cirineo de tus penas Y San Juan de tu calvario para quererte y tenerte en la noche de mis brazos. ¡Qué importa que haya cumplido cincuenta y pico de años! ¿En qué código de amores, en qué partida de cargos, hay leyes que determinen la edad del enamorado? En cariños no hay fronteras, ni senderos, ni vallados, que el cariño es como un monte con un letrero en lo alto que dice sólo: «Te quiero» Y colorín colorado.
El sí con que te me rindes es el silencio. Tus besos sin ofrecerme los labios para que los bese yo. Jamás palabras, abrazos, me dirán que tú existías, que me quisiste: más. Me lo dicen los blancos, mapas, augurios, teléfonos; tú, no. Y estoy abrazado a ti sin preguntarte, de miedo a que la verdad que tú vives y me quieres. Y estoy abrazado a ti sin mirar y sin tocarte. No vaya a ser que descubra con preguntas, con caricias, esa soledad inmensa de quererte sólo yo.
Sentado en la fuente de tu brisa suave: Con tu cuerpo alado con tu alma vengo a encontrarme. Con el nuevo día que respira, con la noche que abrasa y arde día a día -nardo a nardo- te ofrezco mis síes, porque mi oficio es amarte.
Olas gigantes que os rompéis bramando en las playas desiertas y remotas, envuelto entre la sábana de espumas, ¡llevadme con vosotras! Ráfagas de huracán que arrebatáis del alto bosque las marchitas hojas, arrastrado en el ciego torbellino, ¡llevadme con vosotras! Llevadme por piedad a donde el vértigo con la razón me arranque la memoria. ¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!
Perdóname por ir así buscándote tan torpemente, dentro de ti. Perdóname el dolor, alguna vez. Es que quiero sacar de ti tu mejor tú. Ese que no te viste y que yo veo, nadador por tu fondo, preciosísimo. Y cogerlo y tenerlo yo en alto como tiene el árbol la luz última que le ha encontrado al sol. Y entonces tú en su busca vendrías, a lo alto. Para llegar a él subida sobre ti, como te quiero, tocando ya tan só1o a tu pasado con las puntas rosadas de tus pies, en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo de ti a ti misma. Y que a mi amor entonces le conteste la nueva criatura que tú eras.
Y luego sosegada, el paso entre los árboles torciendo, el suelo de pasada de verdura vistiendo, y con diversas flores va esparciendo. ¿No podemos ser agua? El aire el huerto orea y ofrece mil olores al sentido, los árboles menea con un manso rüido que del oro y del cetro pone olvido.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos." El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, Mi alma no se contenta con haberla perdido. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
El palomar de las cartas abre su imposible vuelo desde las trémulas mesas donde se apoya el recuerdo, la gravedad de la ausencia, el corazón, el silencio. Oigo un latido de cartas navegando hacia su centro. Aunque bajo la tierra mi amante cuerpo esté, escríbeme a la tierra, que yo te escribiré. En un rincón enmudecen cartas viejas, sobres viejos, con el color de la edad sobre la escritura puesto. Allí perecen las cartas llenas de estremecimientos. Allí agoniza la tinta y desfallecen los pliegos, y el papel se agujerea como un breve cementerio de las pasiones de antes, de los amores de luego. Aunque bajo la tierra mi amante cuerpo esté, escríbeme a la tierra, que yo te escribiré. Cuando te voy a escribir se emocionan los tinteros: los negros tinteros fríos se ponen rojos y trémulos, y un claro calor humano sube desde el fondo negro. Cuando te voy a escribir, te van a escribir mis huesos: te escribo con la imborrable tinta de mi sentimiento. Allá va mi carta cálida, paloma forjada al fuego, con las dos alas plegadas y la dirección en medio. Ave que sólo persigue, para nido y aire y cielo, carne, manos, ojos tuyos, y el espacio de tu aliento. Y te quedarás desnuda dentro de tus sentimientos, sin ropa, para sentirla del todo contra tu pecho. Aunque bajo la tierra mi amante cuerpo esté, escríbeme a la tierra, que yo te escribiré. Ayer se quedó una carta abandonada y sin dueño, volando sobre los ojos de alguien que perdió su cuerpo. Cartas que se quedan vivas hablando para los muertos: papel anhelante, humano, sin ojos que puedan serlo. Mientras los colmillos crecen, cada vez más cerca siento la leve voz de tu carta igual que un clamor inmenso. La recibiré dormido, si no es posible despierto. Y mis heridas serán los derramados tinteros, las bocas estremecidas de rememorar tus besos, y con su inaudita voz han de repetir: te quiero.
Sé rabiosamente feliz