Llamando está a mi puerta
ese mendigo harapiento
con la cara siempre cubierta
y su caminar lento.
22
Partida tengo la aldaba
de tanto picar el portón,
llama y llama, y no acaba,
colarse quiere de rondón.
22
A nadie indulta la edad,
de visita llegan las carnes flojas,
los surcos, la adiposidad,
la caída de las frescas hojas.
22
La ansiedad nos hace mella,
la incertidumbre del qué pasará,
cuán honda será la huella,
si habrá un mañana, o un quizá.
22
Ambigua se vuelve la faz,
ni el espejo nos reconoce ya
y sonriente y mordaz
nos hiere diciendo: ¡No serás joven, jamás!
ese mendigo harapiento
con la cara siempre cubierta
y su caminar lento.
22
Partida tengo la aldaba
de tanto picar el portón,
llama y llama, y no acaba,
colarse quiere de rondón.
22
A nadie indulta la edad,
de visita llegan las carnes flojas,
los surcos, la adiposidad,
la caída de las frescas hojas.
22
La ansiedad nos hace mella,
la incertidumbre del qué pasará,
cuán honda será la huella,
si habrá un mañana, o un quizá.
22
Ambigua se vuelve la faz,
ni el espejo nos reconoce ya
y sonriente y mordaz
nos hiere diciendo: ¡No serás joven, jamás!